miércoles, 11 de agosto de 2010

Súcubo.

Verte dormir. Y rasgar de improviso tu piel y colarme por la rendija más escondida. Desaparecer dentro de tí, sucio endemoniado. Morder tu cintura ambigua, que me invita a planear, y por otra parte me transforma en una triste muestra del pánico.
Superar las trabas de los enredos de vestuario, finalizar la tarea imprescindible de recuperar tu estado original. Quiero convertirte en una persona vacía y desnuda, sólo llena de tí. Humano, con imperfecciones evidentes, que unos ojos ahogados en deseo como los míos no consiguen apreciar.
Es mi trabajo surcar tu desnudez con toda mi palabra en carne viva. Empalar tu corazón en vertical. Y acomodar mis caricias en ese mundo tan paralelo, tan simétrico, cuesta ascendente coronada y glorificada por un dulce rosado.
Asumir la elegancia mortal de tu cuello, postrar mis labios, rebasar los límites de la suavidad y crujir sutilmente la barrera de tu piel. Sellar mi boca en tu cuello terso. Definir mi aspiración.
Víctima. Admíteme en el abrigo de tu cueva cuando me sienta sin rumbo. Cuando me hayas empujado, asustada, por tus fronteras más lisas. Cuando tenga que hablarte más adentro.
Sí, mírame. Me encanta mi trabajo. El fuego en mis ojos, labios oscuros llamando a eso que hay dentro de tí. Hacer por un momento que te sientas presa, que no puedas escapar de mi poesía, de mi ritual. Susurrarte tan dentro que tu réplica no se estructure. Quiero un grito estridente, quiero un grito fuerte y prolongado. Que suene como el cristal. Tus manos fuertes, agarradas y pendientes. Que tus ojos no miren, que no veas. Y que sientas en tu espalda el frío de la mesa, y en tu vientre el calor de mi cuerpo.
Ausencia de orden. Cubrir las últimas vacantes, rellenar tus vacíos con ideas, colarme suavemente entre el mundo de ahí abajo, y la habitación plena de garabatos con mis intenciones y mis actos. Salvar el obstáculo de la simpatía por la verguenza y el ridículo, que sufras. Y después pasar, entregarte los delirios en viento libre. Resbalar en tí. Odiar el estancamiento.
Admirar la repetición, la cadencia de tu cintura. Y que vuelvas al miedo, a la cercanía de mi boca. A mis dientes mordiéndose los labios, reprimiendo un agónico suspiro. Mi monólogo de fantasía.

Derramarme, abrir los caminos. Caer en el rellano que me dejas cerca de tí, antes de esfumarme. Por un momento te he querido más de lo que crees ahí tirado. Mirando al techo, sin ganas de nada. No tienes alma, porque me la he cobrado.
 Vacío. Carcasa inmóvil. Tras dos minutos mirándote, disfrutando de la agonía y la asfixia, me levanto. Me siento observada, y destruyéndote, me marcho fría como la piedra. Y te dejo sólo. Con el bar tan vacío como tus manos, absurdamente abiertas. ¿Acaso esperas algo más?





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