viernes, 20 de agosto de 2010

Porque puedo.

No hay luna. Las tantas de la mañana y camino por el corazón desierto de la ciudad. Algún que otro coche deja sus huellas en el asfalto empapado, pero apenas me alumbran. Las farolas hacen de sol, tiñendo de anaranjado toda esa odisea nocturna. No se oye nada, no palpita nada, todo está muerto. No hay nada más. Ni manera de volver a casa y...

No quiero que nadie me venga a buscar. Ya nunca. Llegaré yo sola, porque puedo. Me esfuerzo por no mirar al suelo, buen cobarde. Y le dedico al vacío una sonrisa de superioridad bajo la capucha. Después una carcajada. Así se combate mejor. Vista al frente hacia un objetivo, el que sea. La mentira más grande puede hacer de excusa para seguir andando cansado.
Por primera vez no necesito ni imaginación ni música para marcar los pasos, se siguen solos, encontrando el ritmo en oír llover. Huele a mojado. Se me hace la boca agua. Lo conseguí, al fin no soy yo quien le llora al cielo. Hasta la mismísima deidad parece consolarse en mí calándome hasta los huesos. Déjandome saborear sus lágrimas, bañándome en ellas, humillándose.



¿Jode, eh? Cómo jode, Dios, encontrarte con alguien aquí abajo que es más fuerte que tú.
Ahora laméntate. Que yo seguiré riendo.

1 comentario:

  1. Ahora laméntate. Que yo seguiré riendo.

    Ha, ha. Bitch!

    ResponderEliminar