miércoles, 1 de septiembre de 2010

El mar.

Sigo buscando mi lugar. Las cosas no parecen las mismas cuando estoy en la orilla, se va el sol y tampoco aparece la luna. El horizonte es negro, el sol ya está a salvo, y me zambullo sin pensarlo. Entonces, parece que mi cuerpo se da la vuelta como un calcetín, y lo más jodidamente profundo lo tengo a flor de piel. Y absolutamente todo me duele. La vida me escuece. Nado en la nada, porque en ese momento parece que no hay nada mejor que hacer. Y automáticamente parece que estoy más sola que nunca.
Y lloro, un poco... Porque llorar mucho no es nada comparado con la inmensidad del mar. Sólo es agua salada más caliente de lo normal chorreando en la cara. Es eso, ahí, flotando, la pena parece menos pena y me tranquiliza. Aunque sabemos de sobra que todo sigue igual. De mal.

Me dejo llevar por la marea y ardo boca arriba. Escucho el crepitar de la arena debajo del agua. Respiro. Floto en el vacío y me siento libre. Pero ser tan libre no es bueno, tener tan poco que perder es una mierda. Asique miro las estrellas y parecen ser lo poco de luz que me queda ya, esas razones para querer despertarme cada día. Pendientes de un hilo, colgantes, a punto de caer encima mía. Yo también me caigo, y no hay nada peor que caer sin gravedad. Que solo mi carita salga a flote para perderse en el vacío. Un vacío inmenso, hueco, acaparador de todo. Lento, sinuoso y mirón. Me rodea, dejando su estela de frío y dolor fosforescente. Calada hasta el alma en silencio. Muy muy callada, temerosa de mí, del inútil recuerdo, de la absurda vida. La sal pulula por mis venas y todo empieza a perder su dulzura de siempre. El agua me hace cosquillas entre los dedos de los pies. Los labios que tanto besaron un día, se cortan. Saboreo el aire como si la muerte fuese a buscarme. No me muevo, tengo frío. Y le pido al mar que por favor me deje morir ahí otra noche más. Pero es lo que tiene, le importo una mierda al mar. Y lo sé.







Huyo, me acobardo. Abrazo el agua para salir de ahí. Mis pies tocan la arena y desean borrar sus huellas y echar a volar. En ese momento, extraño y ejecuto los sueños, porque sé que nunca pasarán, y echo de menos a aquél que siempre sale en ellos. Echo de menos existir para alguien. Añoro los tiempos en los que el amor aún no estaba extinto, en los que me comportaba como una tremenda gilipollas. Me encantaría tener tanto que perder, y que fuese bonito.
Me pongo a pensar, y me estrello contra tí. Porque creo que ese es mi sitio.


En Madrid las estrellas no se ven.




3 comentarios:

  1. Es precioso... Estás hecha una poeta... Me encanta tu forma de describir las cosas...

    Pero recuerda que no todo en el mar es agua, algas y peces... También hay cosas hermosas... Abraza tus sueños...

    ResponderEliminar
  2. Siempre podrás volver, cuando tú quieras. Aquí sí se ven las estrellas.

    ResponderEliminar
  3. Luchar por sueños, vivir por momentos, eso es lo que buscamos en realidad.

    Otra cosa es que lo hagamos.

    Toma tus decisiones, juega tus cartas, y gasta(o malgasta) tu tiempo.

    ResponderEliminar