martes, 7 de septiembre de 2010

Prisión.

De día todo ocurre como un sueño, cruje el cielo, todo surge, y todo se mueve.
Demasiado larga, la noche me duele por dentro. Quiero y odio querer, y odio la dependencia y, quiero apartarme del camino de todo y todos. Me entran unas ganas tremendas de deshacerme de todo lo que me encarcele, y las peores cárceles son las personas. Sí, no sé explicarlo bien, pero es como si envejeciera a pasos agigantados en pocas horas. Como si dejara de ser un niño de un segundo a otro y no fuese ni a crecer ni a reír nunca. Empiezo a no creer en cuentos chinos y dudo de toda la magia que un día me robó una sonrisa en el mundo. Las hadas caen muertas. Noto como mi estómago se encoje, la vida agoniza y el corazón se arruga. Noto como me muero del todo y duele. No lo digo por decir, sino porque me duele físicamente de verdad. Como si me torturasen en esta maldita celda en la que rendirse solo te quema más.





Tengo ganas de llorar y cuesta, cuesta aguantar que no se te parta la garganta del peso. Haces fuerza, retienes y... Crack! Se rompe como la madera, y estallas. Me doy cuenta de que echo de menos algo que no existe, y echo de más el resto. Que no me encuentro bien con nada. Que estoy perdida, más aún, que no aguanto más, que no puedo más, lo siento. Se me pudre el alma. Que las cosas no van bien y que todo va, precipitadamente, a una hoguera bajo tierra. Que las sombras me comen, que me enfrento con mi peor enemigo, y estoy perdiendo. Que se me empieza a olvidar eso de vivir.
Pero no sale ni una lágrima. Será que el vacío acabó por vaciarme a mí.

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