viernes, 29 de abril de 2011

Difuntos.

Huele a azul. Color marino de ojos rotos. A Madrid por las mañanas. A desayunos mudos. A la falta de los silencios astutos que impregnan de ironía la vida. Los he buscado, te lo aseguro, y no hay arlequines en el mundo de Desencanto. Huele a frío. Ahora mismo soy el aire que no existe en Vacío.
Me acobardo porque ella me ataca. Mi gran amiga, mayor enemiga, escupe manchas en estas hojas blancas. Indago, me agito, me revuelvo entre el alquitrán que palpita porque estoy perdida y no me encuentro.
Me quiero lavar la cara. Sólo para saberlo. Sólo eso.
Tráquea, trágame. Y me ahoga en soledad, en sombra. En anillos negros, en existencia mórbida y en invierno.
Me lloran los mismos difuntos. Los cadáveres duermen a mis pies antes de su hora, generaciones de muertos huelen aquí dentro antes de vivir. Los abortos cuelgan de las paredes, vomitan los vientres, arden las madres. Las batallas se resuelven porque me rindo. Y su espada penetra mucho, mucho más hondo que el corazón.
No llego a la puerta.





Venga. Desnúdame si no sirvo para mucho más.