miércoles, 6 de octubre de 2010

Sandra


Sandra. 34 años. Sin hijos. Bonitas piernas, bonitos ojos y bonitas tetas. ‘ Dejadla, no tiene la cabeza en este mundo’ era toda la desripción que me dedicaba mi familia. Ni llamadas, ni cariño, ni ostias. Consagrada al alcohol y a los vicios, a las noches de bares y los pintalabios rojos, aunque no me gustaran. Pensaba demasiado en la muerte, asique poco en la vida. Y con un curro de cajera. Tenía que aguantar a la cuarentona de turno, al niño inaguantable y alguna que otra mierda con los códigos de barras, pero la paga mínima por lo menos me daba para matener el maldito piso alquilado. Un piso desordenado y asqueroso, pequeño cuchitril donde se podía apreciar la mucha atención que prestaba a las cosas como a los hombres. Siempre lo ví como una ratonera con el espacio justo para follar. Y el espacio justo para dar cobijo a una mujer que hacía como que se comía el mundo cada noche, aunque luego ese mundo se redujera a una polla.

Me acuerdo perfectamente de ese día, me arreglé como siempre para salir a la caza, aunque fuese a la caja. Labios rojos, vestido negro y ceñido, tacones altos y unas ojeras considerables. Me daban la paga del mes, asique eso se resumía en una nohe de vicio, nada diferenete a las demás aunque me arreglé algo. Aguanté poco a cada imbécil, y fumé mucho aunque estuviese prohibido. No estaba de humor, y menos me apetecía arreglar temas relacionados con botes de ketchup. Asique la mejor respuesta era echar el humo en la cara. Callarme unos cuantos ‘que te den por culo’ y una mirada de asco. Sé de sobra que tenía un aspecto de drogadicta o eso pensaban las familias que pasaban, que en cualquier momento me abalanzaría enloquecida con una navaja sobre su hijo pequeño. Asique lo mejor que podían hacer era pasar del tema. Así me dejaban tranquila, se olvidaban del ketchup y yo me seguía centrando en las horas. Que pasaban lentas, joder. Fue un día terriblemente lento, más incluso que los demás. Llegué a contar el tiempo en caladas hasta que cerró el mercado.Hasta que recibí la ultima paga, y un despido. Normal, pensé. Y me dio igual, porque me esperaba el whisky.

Me arrastré hacia el bar por dentro, por fuera, me comía el mundo, como dije. Sola y directa a la barra, pedí mi vaso de siempre con mucho hielo. Eché un vistazo al local oscuro, maloliente y con una música estridente que jamás necesité, cada hombre era una polla, y cada polla un polvo seguro. Polvo seguro no quería decir que fuese bueno, así que esa noche todo se me volvió incómodo e incontrolable. Me convencía de beber para controlarlo. Yo quería un buen polvo, joder. Asi que seguí pidiendo copas, intentando controlar la situación, intentando caer redonda y que algún gilipollas me estallara la cabeza con una botella, por puta.



- Ésta es tu segunda casa, Sandra. – Dijo él entre risas. Evidentemente aludía a mis ganas de evadirme siempre de todo. Al bar.

Vino como siempre, por la espalda aunque yo nunca me girara. Carlos era un tío elegante y cuidadoso, siempre. Sabía de sobra que había venido de traje y corbata, aunque no me diera la vueta. Todo lo contrario que yo, y aún así le tenía prendado. A pesar de habérmelo follado demasiadas veces en mi mierda de piso y de haberle dado muchas más con la puerta en las narices, él insistía. ¿Cómo a alguien como él podía enamorarse de una guarra como yo? De todas maneras, yo ya tenía bastante con mi vida. No quería destrozar la suya.

- Dame un piti, anda. – Y le tendí la mano.

- Tú siempre tan amable, mujer. – Y me lo dió. Siempre caía el imbécil.

- No estoy de humor.

- Nunca lo estás.

- Hoy podría. A pesar del despido.

- Joder… ¿Otro trabajo perdido, Sandra? – Se preocupaba, aunque no tenía porqué. Yo me encendí el cigarro y seguí.

- Acaba de aparecer a mis espaldas un buen polvo seguro. – Eludí la pregunta, chorradas. Así que seguí con mi tema.

Dí otro trago, dí otra calada y Carlos se puso a mi lado. Apoyado en la barra y sin seguir la conversación. El tío follaba bien, todo hay que decirlo, y era una buena noticia que me hubiera encontrado en ese lugar apestoso, dónde no quería arriesgarme a acoger entre mis piernas a un maldito principiante.

Al final le eché una ojeada, y efectivamente, iba con su traje y corbata. Llamó al camarero y éste sirvió dos copas. Cojonudo, al final me iba a salir la borrachera gratis.

- Bueno, dime ¿Qué ha pasado?

- Problemas con el ketchoop. – y le eché el humo en la cara. A lo mejor funcionaba y se callaba. Siempre hablaba demasiado.

- Problemas contigo, para variar. – ‘Enhorabuena Carlitos, has dado en el clavo.’ Pensé. Y después pensé que eso de echar el humo en la cara no era efectivo en un bar lleno de él.

Él hablaba mucho, y yo solo quería follar. Aunque el quisiera más, aunque le hiciera daño. Ahora fui yo quien no quería seguir laconversación, como dije antes, ya tengo bastante yo sola con mis quebaderos de cabeza. En un santiamén me bebí la invitación y tiré la colilla dentro. Recogí mis cosas y salí fuera. Sabía que Carlos iba a venir detrás. Éste animal de compañía se tropezaba más de dos veces con la misma piedra.

Pasos directos hacia mi piso, rápidos, marcando un ritmo. Y mi nombre resonaba detrás, unas… 3 veces, lo recuerdo perfectamente. 3 veces hasta que dio por perdido que me girara. Le quería, sí. Le quería esa noche en mi ratonera. Y abrí la puerta del portal, y le esperé. Le agarré de la corbata y subí por las escaleras casi arrastrándole, manera de decir que me siguiera sin mediar palabra. Y lo volvió a repetir y volví a ignorar, iba a rallar mi nombre.

Quedaba un piso para mi puerta, y qué pena. Qué pena llevar a alguien que me quiere amarrado como un perro. No por él, sino por la lívido. A cualquier otro tío le habría puesto más que cachondo que una mujer solo se digne a follar y en esas condiciones, a Carlos seguramente le estaría destrozando la vida. Pero todo sea por un buen polvo.

Abro la puerta, le meto dentro, doy un portazo. Y le besé en la boca. Otra forma para decir que se calle sin mediar palabra. Le puse las manos en mis tetas y yo le metí mano, que sea lo que dios quiera. Nos restregamos por las dos estancias que separaban la puerta de mi cuarto, tiramos la lámpara de pie, y yo seguí a lo mío. Por otra cosa en el suelo no me iba a alarmar. Lo que me jodió realmente fue que esa noche se rompió mi vestido, el tercero roto ya en un puto mes. Me jodió eso, antes que Carlos lo hiciera.

Le tiré en la cama después de haberle desnudado en el camino, él ya entendía mi lenguaje. Aparté la botella de whisky de la mesilla, eso sí que no quería que se cayera o rompiera. Más vale prevenir que curar. Le acaricié lo justo, el tanga morado voló por la habitación y me puse encima de él, a contonear cada una de mis curvas como una loca antes de que me montara.

- Sandra, te qu…

Maldita sea. Le tapé la boca, sabía de sobra lo que me iba a decir, de sobra. Seguí moviéndome y sorprendentemente pude decirle algo ingenioso, tan ebria y tan caliente.

- Con ésto los corazones se vomitan mejor. Aprende. – Alcancé la botella de whisky, y le pegué un trago largo y ardiente ahí mismo.

Después le dejé algo para él, aunque nunca le gustó ese rollo. Realmente, nunca le gustó nada de mis formas, y el jodido seguía insistiendo en que yo era la mujer de su vida. Se dignó a seguir follando, aunque esa noche no consiguiera hacer el amor. Como siempre.

Después me montó, y después se corrió. Y yo me corrí la tercera vez. Ahora todo era inercia. Él iba a dormirse, no por el cansancio como un hombre cualquiera, sino por no llorar. 3, 2, 1… Como un tronco. El animal de compañía se quedó roque, y yo odio que me abracen por la noche sino es mi padre. Así pues, esa noche me fui a dormir al sofá después de fumarme un cigarro en la ventana.
2 horas con los ojos abiertos de par en par, y otras dos horas para retorcerme en las pesadillas de siempre. Me desperté, con el primer rayo de sol que entró en esa poca cosa que es mi salón. Me puse lo primero que cojí del suelo para curbirme un poco, estaba en pelotas. Y después recogí la ropa de Carlos por la casa, justo antes de despertarle, para que no hubiera nada de tiempo para conversar antes de echarle de mi casa. Chaqueta, corbata, camisa, y pantalón, los zapatos y ropa interior que se las apañe mientras yo me prepare el café. Le puse todo al lado libre de la cama, le dí unos cuantos puñetazos y le solté un amable ‘Fuera’. Y me fui a la cocina.

Una cocina sucia, hice hueco y me eché algo de leche y café. Me encendí un cigarro y esperé a que el señorito apareciera por ahí. Nada más verle asomándose ya abrí la puerta, y no preparé una patada por cortesía, el chaval lo hizo bien. Salió sin mediar palabra, aprendía rápido, o eso me parecía hasta que me impidió cerrar con su mano.



- Creo que va siendo hora de alejarme de ti. – eso era una mala noticia para mí, aunque buena para él.

- No tienes porqué. – Soy egoísta, que queréis que le haga.

- Creo que ésta decena de noches me han en…

-¿Bebiste el whisky? – Volví a pasar de él, de charlas sentimentales, y de esa mierda. Que haga lo que le salga de los cojones, pensé, en un bar seguro que hay mejores.

- No.

- Entonces si no sana hoy, sanará en Otoño. – El tiempo lo cura todo, amigo.

Entonces cerré la puerta, oí los pasos bajando las escaleras. Me quedé un momento analizando todo lo que estaba pasando, con la mano apoyada en la puerta, como la más sutil de las despedidas. Allá se fue el hombre que más me ha querido en mi vida, y el único que me querrá así.

Y yo, Sandra, 34 años, sin curro, y metida en una ratonera que ya no podía pagar, después de un buen polvo con el tío de mi vida que jamás lo fue, me dí cuenta de que era una mujer fracasada. Que no sabía querer. Y que estaba llorando.



domingo, 3 de octubre de 2010

Fire.

 Pasé la cerilla por las cuerdas que te ataban.
En tu próximo funeral seré yo quien me parta la polla. Y es una pena, que me tengas en frente y grites y que no puedas ver mi cara hasta el final de la función. A pesar de que sepas quién soy, qué hago, y porqué lo hago. Por eso es que llevo una máscara en la cabeza, porque a todos nos gusta hacer teatro y descubrir el final más gratificante. Ya sabes, exigencias del guión.
Te contaré un secreto, y es que cuando sepas quién soy, volarás por los aires. Actúa como mejor puedas, ¿vale?. Tiene que quedar bien. Tan solo mírate el pecho y colócate la mano en él, mientras tu espalda arde. Notarás que esos latidos son más una bomba de relojería que el bombeo de la sangre que no tienes. Sssssh, ssssssh, cojón, cállate ya. Agito las manos para indicarte que bajes la voz. Tus súplicas no me dejan escucharlos. Se hace el silencio, se oye solo la respiración acelerada. Y lo notas, sabes perfectamente que ahí dentro tienes algo que acabará contigo. Puede ser tanta mierda, chiquillo.
Te hago un adelanto de tu funeral y me río a carcajadas. Chico, me encanta ver en tus ojos las ganas de que se te pare el corazón en seco, la confusión de no saber qué latido será el mortal. Y de nuevo a las súplicas. Joder, ¿esque no te das cuenta de que es cosa tuya? ¿que yo no he podido colocar nada dentro de tí? No soy cirujana, soy de artes... tan sólo lo he descubierto. Y lo resalto. Y lo contemplo. Y lo compongo. Y le doy un ambiente más o menos infernal. Porque solo el fuego purifica, cariño.






 No me mires mal. En parte salvaré al mundo de que escupas tanto alquitrán, cielo. Y poco a poco salvaré al resto del resto de sus congéneres y su petróleo interno. Crudo que puede arder en otra función mayor. Homo homini lupus est.

Por mucho que dibuje, escriba o reinvente cualquier cosa, éstas siempre serán mis pequeñas obras de arte.